Deseo ultraderechista
Publicado originalmente en Público el 28 de noviembre de 2024, por Tomàs P. Alfonso, coordinador de JEUPV
Este artículo ha sido elaborado en el marco de la XX Trobada de JEUPV y es fruto de la reflexión colectiva acerca de la necesidad de «disputar el deseo para ganar el futuro». Este ha sido, de hecho, el lema elegido para las jornadas de este curso.
Decía el filósofo francés, Louis Althusser, que el materialismo consiste, esencialmente, en «no contarse cuentos». Hoy, la ultraderecha libertaria está avanzando posiciones ante la incomprensión de buena parte de la ‘izquierda transformadora’. Una izquierda que, no en pocas ocasiones, ha optado por el camino fácil y ha convenido en simplificar sus análisis y tildar a quienes defienden estas posturas de malos, tontos o locos. No hace tanto, un rostro conocido de la vieja nueva política dijo que quienes habían votado a Ayuso cobrando el SMI no eran Einstein. Más allá del desprecio del que se hace gala, resulta interesante observar, de nuevo, cómo presuponemos que aquellos trabajadores que votan contra sus «intereses objetivos» lo hacen por estupidez. O por alguna de sus derivadas o eufemismos: desconocimiento, incultura o manipulación.
Indudablemente, la lucha ideológica ha adquirido nuevas formas y la manipulación mediática a la que nos enfrentamos es uno de los principales retos de la actualidad. La línea editorial hegemónica construye un sentido común reaccionario y la proliferación de las fake news y los bulos han servido no solo para difundir informaciones falsas, sino para generar un ecosistema mediático en el que se nos hace imposible distinguir la verdad de la mentira y los hechos de las opiniones. El objetivo pues, no solo es que creamos sus mentiras, sino abolir la experiencia de la verdad. Así, entramos en un escenario en el que la relación del sujeto con la realidad se torna más problemática, dado que el humano necesita anclajes, esto es, categorías y certezas, para habitar el mundo.
La creación y difusión de fake news es, evidentemente, una apuesta consciente de la ultraderecha libertaria, que se sirve del movimiento circular, ilimitado y en constante aceleración del capitalismo comunicacional para sus propósitos. Pero esto no explica por sí solo el éxito de los bulos. Si las informaciones falsas proliferan es, también, porque existe una predisposición emocional a que esto ocurra. En una sociedad marcada por la descreencia, el desconocimiento acerca de quién toma muchas de las decisiones que nos afectan, el miedo al futuro, la precariedad presente y el estrés por la aceleración, los bulos ofrecen (falsas) certezas al sujeto y contribuyen a un cierto repliegue identitario como herramienta de autodefensa. Ante la falta de certezas, crecen las mentiras y las conspiraciones a la hora de interpretar nuestra relación con el mundo.
Es necesario, pues, disputar y defender la verdad, pero no es suficiente con ello. No basta con «revelar la verdad» mediante la praxis para conseguir llevar a cabo grandes transformaciones sociales. Esta visión, además de ser autocomplaciente, también expresa un cierto mesianismo que, pretendiendo ser vanguardia, termina por interponerse entre el Partido y las masas.
La ultraderecha crece, más allá de los intereses capitalistas, porque consigue afectar e interpelar a algunos sectores populares desencantados con lo que hay y preocupados por lo que pueda haber. La ideología no es, entonces, un «velo» o una falsa conciencia sino más bien, siguiendo de nuevo a Althusser, «una representación de las relaciones imaginarias de los individuos con sus condiciones reales de existencia».
La ultraderecha libertaria consigue, por medio de su discurso, que el miedo se transforme en odio al Otro, que pasa a ser concebido como una amenaza que se interpone entre el sujeto y su goce. O dicho de otro modo: la ideología de la ultraderecha libertaria, que es hegemónica en mayor o menor grado en todo occidente, hace que nos relacionemos desde la desconfianza, el recelo y que creamos que los derechos y las libertades son un juego de suma 0. Encontramos entonces reacciones violentas por parte de quienes quieren privar a otros de los derechos por los que luchan. No se trata de personas malas por naturaleza sino de sujetos que atentan contra el Otro pensando que así se están defendiendo a ellos mismos.
En relación con esto, podemos hablar, siguiendo a Alemán, de una «función extranjero» que, de hecho, ocupan distintas figuras más allá de las personas migradas o las racializadas. Ciertamente, la xenofobia y el racismo son formas específicas de opresión que se deben abordar políticamente desde su particularidad; afirmar lo contrario sería una muestra de idealismo. No obstante, para la ultraderecha libertaria, la otredad que expresa esta «función extranjero», va más allá de estos sectores y alcanza también a las mujeres feministas, a las independentistas, a las comunistas…Para la ultraderecha son extranjeras todas aquellas personas u organizaciones que cuestionan o ponen en riesgo (real o imaginariamente) sus formas de goce y de habitar el mundo. Esta «función extranjero», en ocasiones, es incluso ocupada por organizaciones y entidades supranacionales de carácter liberal. Paradójicamente, (o no tanto) el único límite al odio de la ultraderecha actual es el propio capitalismo, lo cual evidencia su subordinación a este sistema. También nos da pistas sobre cómo articular una praxis política antifascista y anticapitalista. En este sentido, la pregunta que nos debemos formular hoy, como siempre, no es otra que la de qué hacer.
A mi juicio, es una obligación política frenar la pérdida de categorías que nos permitan conocer la verdad, porque a la ‘derecha trumpista’ no se le vence con una ‘izquierda trumpista’. Combatir a la ultraderecha con sus formas refuerza sus posiciones aunque aparentemente se obtengan victorias puntuales. También debemos interrogarnos sobre los deseos y las pulsiones que tenemos como comunidad y responsabilizarnos del malestar de nuestra época, que no es otro que el generado por este sistema. La ultraderecha, como sabemos, propone curar la enfermedad matando al paciente. Por fortuna, recordaba Alemán, el crimen todavía no es perfecto. Estamos a tiempo de construir alternativas políticas que nos convenzan racionalmente pero que también interpelen al sujeto a partir de sus emociones. Nos va el futuro en ello.