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10S: Sanar las mentes en un sistema enfermo.

Reflexión anticapitalista sobre la prevención del suicidio.

Artículo de Mariana Robichaud Castillo.

tirita en cerebro, alegoría sobre la salud mental

A menos de 24 horas del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, 10 de septiembre, desde Jóvenes de Izquierda Unida queremos denunciar el hecho de que el suicidio se haya convertido, por primera vez, en la primera causa de muerte entre las y los jóvenes de nuestro país de entre 15 y 29 años. Esta es la realidad y la dura premisa de la que partimos.

Solo en el año 2019, 309 jóvenes de entre 15 y 29 años fallecieron de esta forma, por delante de los accidentes de tráfico, por encima de las muertes por cáncer, según datos de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, que también advierte de que, desde 2010, éstos han crecido en un 30%. Se ha pasado de cuatro intentos de suicidio semanales a más de veinte, según recoge El País. Además, de cada diez tentativas, una persona reincide. La propia Asociación Española de Pediatría (AEP) advierte de que la atención a menores relativa al suicidio se ha multiplicado desde hace año y medio, muy ligado a casos de ansiedad, de depresión y autolesiones, entre otros. Las cifras son alarmantes.

El suicidio es la primera causa de muerte entre las personas jóvenes.

¿A qué responde esto? La Sociedad de Psiquiatría Infantil (SPI) señala la gran incertidumbre económica, la falta de expectativas y el desempleo como factores principales que provocan este malestar generalizado en la juventud y que, a menudo, acaba traduciéndose en trastornos y en suicidios.

Estas afirmaciones tan solo visibilizan la punta del iceberg. Debemos tirar un poco más del hilo. ¿A qué responde el malestar generado por la situación económica? ¿Por qué sigue siendo el colectivo LGBTI+ uno de los que sufre las tasas de suicidios más altas? ¿Por qué problemas de salud mental como trastornos alimenticios, vinculados al suicidio, son más frecuentes en las mujeres? Algunas personas han repetido en varias ocasiones esa idea de que “no necesitas terapia, necesitas un sindicato”. Si bien podemos comprender en qué dirección apuntan, pues señalan directamente a todos esos problemas propios de vivir en una sociedad capitalista, lo cierto es que caen en una simplificación y un reduccionismo que banalizan esta situación tan grave y que no reconocen la complejidad del tema, que ha de ser analizado en mayor profundidad y, sin duda, con grados mayores de tacto y empatía. No vamos a resolver los suicidios con consignas.

No vamos a resolver los suicidios con consignas.

Lo cierto es que señalar factores económicos y laborales y hablar de precariedad, sin ir un poco más allá y ver la imagen completa, sin ver el hecho de que todos ellos son el resultado de vivir en una sociedad capitalista es quedarse corto, es quedarse con algunas ideas como si estas fueran inconexas y no estuvieran todas relacionadas entre sí. Solo viendo estos factores como parte de un todo, de un sistema, podemos pensar en cómo acabar con este y dar así solución a los problemas de la juventud trabajadora.

Sin embargo, la cosa no es tan simple. Es cierto que en una sociedad en la que una clase no explotara a la otra, en la que no hubiera un Estado que legitimara esta opresión o en la que el género fuera abolido, nuestra salud mental se vería sin duda sumamente aliviada. Sin embargo, asegurar que los problemas de salud mental se verían por completo solucionados es una afirmación tajante que no puede darse por hecha. Por supuesto que tener una vivienda asegurada alivia la ansiedad, mientras que ser rechazada por un acento o una apariencia racializada cuando intentas acceder a un alquiler la agudiza. Por supuesto, igualmente, que acabar con los roles de género aliviaría los trastornos alimenticios, pero ni podemos engañarnos pensando que abolir el capitalismo sería la panacea para la salud mental ni podemos esperar a que esto pase sin tomar antes medidas urgentes, y negarlo es dar la espalda a todos esos cientos de jóvenes que se encuentran en una situación desesperada y que necesitan de ayuda inmediata. Necesitamos que la salud pública se tome en serio, de una vez, el problema de la salud mental. Que no nos devuelvan a nuestras casas tras intentos de suicidio sin ponernos en seguimiento con terapia. Y lo que es más importante aún, necesitamos profesionales a quienes la Universidad no enseñe a, simplemente, mantenernos como miembros funcionales de este sistema.

Necesitamos cambiar radicalmente un sistema enfermo, pero no por eso podemos dejar de exigir que la sanidad pública se tome en serio la salud mental.

La superestructura, en términos marxistas, ese entramado de órganos e instituciones que sirve para legitimar la existencia y el funcionamiento del capitalismo, causa estragos en toda la formación académica, y en esto, en especial, los efectos son devastadores. ¿Quién puede, en una situación de paro desoladora, aguantar que un terapeuta haga en consulta comentarios culpando a la clase obrera por no encontrar trabajo? ¿Quién soportaría esos mantras liberales de que quien se esfuerza lo consigue, en mitad de un cuadro depresivo de gravedad? Esto es claramente perjudicial e insostenible. La ideología burguesa impregna todo el saber, y en este caso, el daño que puede hacer es irreparable.

Aquí cabe señalar, además, la altísima tendencia a la medicalización. Ningún ansiolítico solucionará el malestar por no poder acceder a una vivienda, ningún antidepresivo podrá poner remedio al dolor de no tener ningún tipo de opciones o expectativas. Sería erróneo afirmar de forma rotunda que toda medicación es innecesaria, pues hay problemas que, inevitablemente, necesitan de ésta, y hay otros que, de forma puntual y mientras se soluciona la situación que genera dicha patología, contribuyen a aliviar el malestar cuando este se vuelve demasiado difícil de soportar. El problema está en pensar que, en los casos en los que no se da un problema que requiere sí o sí de tratamiento farmacológico, podemos normalizar y extender la creencia de que las pastillas son la solución al problema.

La carga ideológica de la formación de los profesionales y la medicalización excesiva son problemas que agravan los obstáculos de cualquier joven trabajadora que empieza a ir a terapia.

Como decíamos anteriormente, el problema no es otro que la forma en que está configurada esta sociedad, y ninguna medicación temporal puede solucionar eso. La solución pasa por superar este modelo de sociedad por uno que se rija por aquel principio que dice “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

¿Qué pedimos las jóvenes hasta entonces? Salarios que nos permitan llegar a fin de mes, precios del alquiler que nos permitan emanciparnos, opciones de ocio no basadas en el consumo, más políticas públicas contra el machismo, la LGBTIfobia y el racismo. De igual modo, no parece mucho pedir que ir a terapia deje de ser un lujo privatizado, para empezar a asegurar desde lo público que existe una atención mínima y de urgencia suficiente en materia de salud mental.

Pedimos condiciones de vida digna y una maldita Ley que aborde la Salud Mental.

Es por eso que era tan necesario dar un paso como la modesta Proposición de Ley de Salud Mental presentada por Unidas Podemos, que -entre otras mejoras- busca alcanzar unas ratios mínimas de 18 psiquiatras, 18 psicólogas y psicólogos clínicos y 23 enfermeros y enfermeras especialistas de salud mental por cada 100.000 habitantes. El objetivo es alcanzar dichas ratios en los cuatro años siguientes a la aprobación de la ley, junto a otras medidas como la formación en prevención del suicidio a otros profesionales no sanitarios que tratan con perfiles de riesgo.

Como siempre, todo cambio necesita involucrar a la sociedad en su conjunto, por eso reclamamos y necesitamos empatía para ayudar, y formación y visibilidad para denunciar este enorme problema social que no podemos seguir eludiendo.

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